TRADICIÓN CONCHERA DE LOS DANZANTES

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Los danzantes concheros, herederos de las ancestrales danzas sagradas del pueblo azteca, son la cristalización de una Tradición centenaria que, veladamente durante la conquista española y más abiertamente después, ha sabido mantener su identidad y raíces.

La Tradición Conchera hunde sus raíces en la antigua cultura de los pueblos nahuas (oltecas, chichimecas, zapotecas, aztecas…) que fueron asentándose en el valle de México desde el siglo IV a. de JC. Estos diferentes pueblos, que dominaron la meseta central hasta comienzos del siglo XVI, mantuvieron unos rasgos comunes reflejados en una religiosidad compleja, un gran conocimiento astronómico, un sistema pictográfico de escritura, un sistema de gobierno monárquico autoritario y una estructura social fuertemente jerarquizada y basada en la agricultura.

Con la conquista española, las nuevas enseñanzas evangelizadoras, apoyadas en la expansión militar y la nueva organización social de los vencedores fueron imponiéndose. Pero las tradiciones religiosas de los pueblos no desaparecieron jamás, produciendo un fecundo sincretismo en el que están integrados valores y vivencias de los pueblos nativos.

Eso se manifiesta fuertemente en los rituales de los diferentes Grupos de Danza de Tradición Conchera.

Según la Tradición, el nacimiento de la Danza Conchera fue en la ciudad de Santiago de Querétaro el martes 25 de julio de 1531. Tras largo tiempo de sangre y destrucción, los chichimecas tras la caída de Tenochtitlan deciden abrirse a la posibilidad de un pacto de paz con los españoles y celebrar después una simbólica batalla de honor. El día propuesto fue el 25 de julio, fecha significativa para ambas partes. En ese día los chichimecas, cuando la constelación de Sagitario estaba bien alta en el horizonte, veían aparecer el «árbol de la vida» (Tamoanchan) y los españoles celebraban la fiesta de Santiago, también en la Vía Láctea o camino de las estrellas. Así pues, al amanecer de tal fecha y en el cerro de Sangremal ambos grupos comenzaron una lucha sin armas, cuerpo a cuerpo. Pero los ánimos fueron exaltándose y todo podía suceder, cuando sobre los cielos ocurrió un eclipse de sol y apareció una cruz luminosa acompañada de un personaje que los nativos identificaron como Quetzalcoatl y los españoles como el Apóstol Santiago. Todos cayeron de rodillas a la vez que se oyó una gran voz proclamando «¡Él es Dios!» Los chichimecas levantaron una cruz de piedra en el lugar (la «Cruz de los Milagros») y ejecutaron sus danzas sagradas para celebrar el acontecimiento. Desde entonces se ha bailado en tal lugar de manera ininterrumpida y la expresión «¡Él es Dios!» ha quedado como saludo obligado de los Concheros.

En la época prehispánica los antiguos mexicanos, como todo pueblo, celebraban una serie de festividades dedicadas a sus dioses. En diferentes Códices y Crónicas se recalca la imprescindible presencia de la música, el canto y la danza en tales celebraciones. Tras la conquista española surgió, en esto como en todo, un sincretismo por el que es posible observar en la actual Danza Conchera la presencia indígena (dioses prehispánicos e instrumentos de percusión) y la europea (elementos cristianos e instrumentos de cuerda). Precisamente la palabra «conchero» hace referencia a la «concha» de armadillo que forma la estructura básica del instrumento musical utilizado en los rituales.

Por muchas décadas, la Danza de Conquista azteca contribuyó a dar un centro a la resistencia espiritual de las culturas del Anahuac para protegerse de las diversas Inquisiciones de antes y después de la Colonia. Para preservarla, sus guardianes le dieron un ropaje cristiano, con sus cantos y alabanzas dedicados a los santos de la Iglesia, con sus estandartes llenos de signos religiosos, con su adoración a la Virgen de Guadalupe-Tonantzin, a Jesús de Nazaret-Tonatiuh. Y en este largo proceso lo antiguo y lo nuevo se fueron fundiendo cada vez más en un mestizaje en el que, en la actualidad, se difuminan los rasgos de una y otra. Así la Danza Azteca se convirtió en uno de los principales sincretismos de las religiones y tradiciones espirituales de ambos continentes.

Hace aproximadamente un siglo adoptaron el nombre de Mesas de Danza, buscando preservar y transmitir, en parte al menos, el propósito de las danzas prehispánicas de las naciones del Anahuac.

Hacia finales de los años cincuenta y, sobre todo, a principios de los sesenta, rompieron su hermetismo y ciertas Mesas comenzaron a desvelar sus secretos e iniciar en ellos a compadres provinientes de la clase media y alta, de los medios intelectuales y artísticos mexicanos. Con esta apertura, la danza azteca dejó de ser un fenómeno más o menos marginal para convertirse en un tema de preocupación cultural y espiritual para cada vez más sectores de la sociedad mexicana.

A partir de entonces las obligaciones dejaron de realizarse exclusivamente en los atrios de las iglesias, para comenzar la Conquista de los antiguos centros ceremoniales como Teotihuacán, Xochicalco, Tula, Palenque Malinalco…o el Zócalo de la propia capital de México.

Don Faustino y Don Ernesto Ortiz fueron quienes dieron los primeros pasos para abrir la Tradición sagrada, proceso al que se opusieron algunos otros de los jefes de Mesa. Tiempo después, otra Mesa, creada a principios de siglo por el jefe Don Toribio Jiménez, llamada la Mesa de las Insignias Aztecas, dio un paso histórico fundamental al iniciar la apertura hacia la misma Hispania de la mano de Guadalupe Jiménez Sanabria («Nanita»).

Consideraron un deber de quienes habían sabido mantener el conocimiento sagrado durante milenios, abrirse hacia los que un día intentaron dominarles y ayudarles en su despertar a la energía de los Nuevos Tiempos, conscientes de que el Ceremonial de la Tradición Conchera permite una unificación de energía que en Occidente se había perdido.

Daban así la vuelta a la mal llamada «conquista de América» iniciándose un proceso en el que el respeto mutuo sea la base de una nueva relación entre los pueblos y sus culturas a fin de que las próximas generaciones y todos los pueblos del mundo puedan aprender a dar los primeros pasos para la conquista de ese Quinto Mundo anunciado por los sabios de antaño, ese Centro en el que todas las naciones converjan y se reconozcan como hijas de la misma madre, Tonantzin, Pachamama, Gaia,… y del mismo padre, Tonatiuh, Inti, Helios, el Sol.

El proceso de convergencia de todos los pueblos en una Huma-unidad consciente que entone una sola canción de amor con la Tierra y el Cielo.

No es volver a lo antiguo, sino hundir nuestras raíces en ello para poder lanzarnos libremente, y sin condicionamientos, a los mundos del mañana.

De nuevo las visiones y profecías de los viejos calendarios mexicas, que insinuaban el cruce de culturas y tradiciones, se cumple con inigualable precisión.

El camino «conchero» no es un camino para el beneficio personal, ni para volverse más fuertes o superiores. Es una ofrenda, un sacrificio, una manera de vivir que nace desde dentro del ser, un camino con corazón. El «conchero» vive entregado a una misión; es (entre otras cosas) un místico que aspira a recorrer la senda del Sol, a cuidar su Fuego, recibir su Luz y sentir su calor.

Todo su propósito está realmente basado en un profundo amor a la Tierra y a todos los seres que la pueblan

RECIBIMIENTO EN LA TRADICIÓN

Quienes se acercan a la Tradición conchera participan con total libertad en las danzas y restantes rituales que se celebran a lo largo del año. Van así conociéndola y dejándose empapar por ella en una lenta y tranquila fecundación espiritual.

En un momento dado, si lo desean, pueden solicitar ser «recibidos» en la Tradición.

El Recibimiento se realiza en mitad de una Ceremonia de Velación.

Quien se va a recibir, vestido de blanco y acompañado de los padrinos que elige, se adelanta con los ojos vendados y una vela en la mano representando gráficamente la disponibilidad y apertura al Espíritu, cualquiera que sea el nombre que a Éste queramos adjudicarle.

La «limpia» con el humo del copal libera del pasado y potencia la apertura a una nueva dimensión.

El Estandarte de su Mesa cubre al nuevo conchero mientras es recibido y expresa su compromiso espiritual: trabajar por el bien de la Tierra y la Humanidad utilizando cuantos medios están a su alcance y la Tradición conchera pone a su disposición.

LA DANZA

Desde el principio de los tiempos el ser humano ha danzado. Como danzan las ramas de los árboles, los delfines, las llamas de la hoguera, las nubes o las olas del mar. Sea para armonizarse con la madre naturaleza, para manifestar su alegría, para invocar el Misterio, para sanar o para reunificar sus fuerzas antes de la batalla.

Así todas las tradiciones primigenias han conocido y practicado la Danza como instrumento de su vinculación a la Magia Ceremonial y al Gran Espíritu.

A través de ella han provocado modificaciones en la conciencia, librando a los danzantes de las ataduras y rutinas cotidianas y transportándolos a otros planos desconocidos de la realidad.

El hombre primitivo no predica su religión: la baila.

Para el hombre primitivo el baile y el rezo se compenetran. Nosotros bailamos para nuestro propio placer, o para el placer de otros, por arte. En cambio, para el hombre primitivo la danza es un conjuro mágico que tiene una función claramente social: el bien de la comunidad.

Todo esto se hace más palpable cuando tomamos contacto con las Danzas sagradas que actúan sobre las cuatro esferas de lo humano: la fuerza genésica de la sexualidad que cicatriza y fortalece el cuerpo luminoso; el vientre, liberando los bloqueos y elevando la energía de vida hacia lo alto; el pecho, desarrollando la fraternidad y la armonía creativa en el Círculo de danza; la cabeza, traspasando el egoísmo personalista y abriéndonos a lo divino.

Sentado esto, las Danzas Concheras no son un baile folklórico sino una Ceremonia Solar que abre puertas dimensionales con los planos invisibles.

Se bailan en círculo, reproduciendo el movimiento cósmico, el armonioso giro de la Creación en torno al Absoluto representado por el altar central. (El círculo es la perfección, la homogeneidad, la ausencia de distinción o división. También el símbolo del tiempo, la rueda que gira.)

Debe mantenerse siempre cerrado para evitar que las energías se dispersen y pierdan.

En un primer momento se invoca a los guardianes del lugar donde se va a danzar y se pide por el pueblo y la tierra que estamos pisando. Y se canta alguna «alabancita» para pedir permiso al Creador y dador de la Vida y a la Madre Universal que es su Energía en acción.

El tambor principal o huehuetl mantiene el ritmo esencial de cada danza mientras que el humo del copal y la armonía de las conchas, sonajas y las semillas de ayoyote se elevan en espiral celebrando a su modo el gozo de la diversidad de caminos que conducen a la Unidad.

Las Malinches o sacerdotisas sacralizan el centro del altar. Los Sargentos defienden las energías del círculo de danza. Las Palabras dirigen la ceremonia y conducen la columnas en el Nahui-Ollin o saludo a los Cuatro Vientos.

Las armas espirituales son las sonajas, las plumas, el escudo, los bastones de poder … y sobre todo las conchas o guitarras de armadillo.

Existen un sin fin de danzas tradicionales relacionadas con el Espíritu, los Elementos, el Sol, Quetzalcoatl, los Animales de Poder, la Madre Tierra…

Cada danza tiene un espíritu propio. Evocar e invocar al espíritu de la danza significa abrirnos al sonido, al movimiento, a las enseñanzas y la sabiduría de los antepasados.

La Danza de Conquista azteca es una danza para las cuatro direcciones, los cuatro vientos, los cuatro colores de las razas-madre, la roja, la negra, la blanca y la amarilla. Pero al mismo tiempo es la danza de la Conquista del Cinco, del punto de unión de los dos brazos equidistantes de una cruz.

Quien danza hacia las cuatro direcciones conquista y unifica cuatro caminos, templa su espíritu y llega hasta su propio centro. Y, al centrarse, centra todo el Universo.

Cada danza se inicia pidiendo permiso a las cuatro direcciones para emprender la Conquista. El danzante invoca a los Cuatro Poderes del Mundo para que tomen cuerpo en el Círculo sagrado y les pide permiso para comenzar su ofrenda. Así va reuniendo su lado derecho con el izquierdo hasta disolver toda dualidad y manifestarse como la unidad del instante sin tiempo y, por tanto, sin mente. Delante y detrás, derecha e izquierda, arriba y abajo, el danzante une lo masculino y lo femenino, el cielo con la tierra, la acción con la relajación, el futuro con el pasado…

El movimiento integra nuestro ser con el Cosmos, retornando al tiempo en que fuimos unidad, danza sagrada de nuestros abuelos siguiendo el ritmo del amanecer, siguiendo el paso del Sol que asciende… Cada uno danzando como una llama ardiente que calcina los propios problemas, como una avanzadilla de los que han ofrecido su vida para purificar el monstruo de mil cabezas llamado civilización, como una espiral que gira en círculos cada vez más amplios invocando los poderes del fuego y del agua, del viento y la tierra.

El huehuetl, las conchas, los ayoyotes y sonajas marcan su ritmo poderoso y sostenido hasta crear como una especie de hipnosis de grupo capaz de conducir a estados alterados de conciencia y de poner en marcha procesos de actualización del inconsciente que están fuera de la comprensión racional.

A partir de ahí, la primera lección tiene que ver con la libertad. Cada uno realiza el trabajo que le corresponde. No hay más ofrenda que la que uno mismo quiera hacer, no hay normas que determinen los límites de la entrega, no hay danza que dos grupos o dos personas dancen exactamente igual. Lo que importa es seguir al que dirige la dancita, sea cual sea su modo de llevarla, o sea cual sea la equivocación que pueda cometer. El conocimiento y el dominio personal de esa misma danza no sirven para nada. El que baila en el centro tiene el mando y no hay cabida para personalismos.

Acabado el tiempo dedicado a las danzas, vuelve a saludarse a las cuatro direcciones, tierra y cielo, dando después la «palabrita» a cada uno de los participantes para que manifiesten sus votos y sus deseos y para que encaucen la energía que el propio trabajo ha puesto en movimiento.

Se trata de un instante sagrado dentro del ceremonial, que permite la expresión del sentimiento íntimo desde lo profundo del ser.

No debe ser usado para plantear exigencias ajenas al ritual ni para emitir juicios o críticas sino tan solo para servir a la Luz.

Poco a poco, «con grande amor y paciencia» como dice una de las alabancitas, la Danza va revelando sus maravillas y secretos, su significado y mensaje.

Cuando se entra de verdad en el espíritu de la Danza, se atraviesan varios estados de conciencia:

1. Mitotiliztli. Es decir, la fiesta entre amigos, el gozo de la propia sensación y la admiración ante la armonía de movimientos. Es la expresión de la alegría compartida

2. Macehualiztli. Este paso nos hace saltar de la algarabía general al autosacrificio de la renuncia a lo externo. Sentimos ya que la danza no es un espectáculo sino una ofrenda de oración a través del cuerpo. Se trata del ofrecimiento consciente, de una ofrenda al dador de la Vida a través del cuerpo (sudor, cansancio…)

3. Chitontequiza. Es el nivel de la integración cósmica consciente con los poderes del cielo y de la tierra

4. Teochintequiza. La fusión impersonal y comunicación espiritual con el Gran Espíritu. Éste es el más alto objetivo que un danzante puede alcanzar con su dedicación, esmero, disciplina y autosacrificio. El verdadero y siempre oculto Tesoro de Moctezuma.

Acabaremos recordando que el conchero no danza para dar espectáculo ni para darse placer sino para ofrecer un poco de su sustancia vital activa. La danza es una inyección de energía en el movimiento cósmico que asegura el flujo de la vida. (Los ancianos hopi afirman que hay desastres en la tierra porque ya nadie danza sobre las colinas, invocando el poder y el amor del Gran Espíritu).

Cuando el conchero ejecuta su danza lo hace con totalidad, con el cuerpo y el espíritu, convirtiéndose en canal y mensajero.

LA VELACIÓN

El principal ceremonial conchero se presenta en dos fases, tomando como referencia el principio de dualidad llamado Ometeotl. Una ceremonia de danza viene siempre precedida de otra de Velación, constituyendo el eje central del ritual conchero.

La Velación representa la energía de la noche, la madre tierra, el principio femenino… En esta parte el Conchero se prepara y purifica para renacer al nuevo día y llevar a cabo la segunda parte, la de la danza que representa el día, la energía solar, el principio masculino…

La Velación es, pues, una ceremonia lunar que se complementa al día siguiente con la Danza, que es la ceremonia solar.

En ella, a lo largo de toda una noche en vela, por medio de cánticos, «entre músicas y flores» como dice una de las alabancitas, se invoca el espíritu de las Almas Liberadas o Maestros del Espíritu de los Cuatro Rumbos y de los antepasados sabios, para revivir la comunión espiritual que limpia, vivifica y renueva.

Tras la invocación y simultáneo encendido de la vela correspondiente a cada uno de ellos, comienza un trabajo con flores: el «tendido».

Con las flores ofrecidas se va trazando en el suelo, sobre una sabanita blanca, dos formas sagradas como manifestación simbólica de las dos fuerzas esenciales que mueven el mundo:

– el Nahui-Ollin o forma sagrada femenina

– y el Santo Xuchitl o forma sagrada masculina

El trabajo es minucioso y meditativo. Cada flor es ofrecida pasándola por encima del sahumador, mientras se canta ininterrumpidamente.

Con posterioridad se «levantan» ambas formas.

El Santo Xuchitl, en forma de cruz de brazos iguales, será presentado después como ofrenda en el lugar sagrado donde se haya celebrado la Velación.

El Nahui-Ollin dará lugar a dos bastones floridos que, cargados durante toda la noche con la energía movilizada por los presentes, servirán para limpiar el aura de los asistentes mientras una lluvia de pétalos, a modo de bendición, cae sobre la cabeza de la persona limpiada

Durante toda la noche suenan sin cesar las «alabancitas», cuya letra sencilla y música repetitiva limpia el corazón de inquietudes y lo hace latir al ritmo de Dios. Es como un mantra largo capaz de detener el proceso mental para fijar la intención: morar en la presencia de lo divino.

La Velación, como viaje chamánico o iniciático, sigue procesos similares en su desarrollo interno: Permiso – Evocación – Invocación – Ofrenda – Encuentro con la Sombra y Crucifixión – Limpia y Ascensión.

La fuerza está en el Intento firmemente sostenido del Amor y, por tanto, de la sinceridad del propósito y de la atención puesta en el no-hacer.

Bien entrado el día, y tras una pequeña pausa, comenzará el Ritual de Danza correspondiente.

 

Sahumador

Símbolo del Fuego Purificador. Es considerado en la Tradición como el arma más fuerte, capaz de hacer frente a cualquier necesidad apremiante en el caso de que faltara cualquier otro símbolo.

Integra a los cuatro elementos: la copa de barro es la Tierra, el carbón encendido es el Fuego, el copal al derretirse es el Agua y el humo que se eleva es el Aire.

En el altar se coloca al Este, símbolo del Fuego espiritual, lugar de nacimiento del Sol. Por ello quema y disuelve energías negativas u oscuras y las malas intenciones que puedan quedársenos pegadas.

Es el limpiador energético grupal.

Luz de las Velas

Ilumina el camino que recorren las ánimas que se invocan y canaliza sus fuerzas invisibles, ayudando (junto a la energía de los reunidos) al crecimiento de la luz espiritual en el camino que ha de recorrer el propio grupo.

Simboliza la luz de la conciencia superior en nuestra mente y corazón, sutilizando nuestras fuerzas

Namaste,

Angélica

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